26 de julio. 6:20 am. Diana Cazadora.
Aún de noche, llegaban poco a poco los 20 mil corredores al evento, mientras otros regresaban apenas a sus casas después de la borrachera ecuménica del fin de semana.
Esta vez, llegué al medio maratón de la ciudad de México con esperanzas renovadas y con un buen entrenamiento a cuestas. Me sentía con la confianza entera y las fuerzas necesarias en las piernas (y en el alma) para hacer un buen trabajo.
Me despedí de mi mamá, en la entrada de mi box de categoría donde me encontré con Omar. Adiós madre – suerte- la abracé y le di un leve empujoncito en la espalda, como si ese pequeño gesto le fuera a dar energías adicionales durante la competencia.
– Me ha dolido mucho el pie en estos días, traigo un cocktail químico de anti inflamatorios en el cuerpo.
– Ay Omar, ya vas a empezar con las excusas antes de la carrera .
Nos reímos; siempre alguno de los dos llega con un malestar ridículo, que sino es un mal de estómago por una cena inconveniente, es una lesión en los músculos por no calentar, o simplemente un mal dormir.
5, 4, 3, 2, 1… La salida. Adiós Omar. Chocamos los puños y comenzamos a correr.
Casi de inmediato me adelanté; esto no significaba nada porque en las demás carreras siempre llevé la punta durante mitad de la competencia, y luego él, con un ímpetu desmesurado, y con unas energías de no sé cómo ni cuándo, me rebasaba estrepitosamente sin volver a mirar atrás.
Pero hoy era mi día.
Corrí por Reforma con una ligereza que me asombraba, y en Polanco rebasaba corredores por un carril imaginario que me había yo creado sobre la banqueta.
Yo sonreía.
Seguramente si alguien volteó a verme habrá pensado que estaba loco, pero en realidad andaba yo en un éxtasis emotivo. El amor por correr me había vuelto de golpe, y me sentía feliz con cada impacto efímero que daba en el pavimento con la punta de mis tenis.
Le tenía miedo a la subida del kilómetro 12, pero esta vez ya me había mentalizado a esa quimera vertical que en otras ocasiones me había consumido las energías y las voluntades. Llegué a la cima, y di la curva a toda velocidad, para después deslizarme cuesta abajo por la pendiente como una cabra de montaña loca.
Evitaba voltear hacia la izquierda para no ubicar a Omar; la verdad es que ya no sabía si estaba atrás o delante de mí, no me importaba. Sentía que lo estaba dando todo, y eso era lo único que valía la pena.
En el retorno antes de entrar a Chapultepec, kilómetro 18, vi a Omar, el venía detrás de mí como a unos 30 segundos de distancia. Nos miramos, esbozamos una sonrisa y luego me señaló con su dedo índice como una condena a muerte -te voy a alcanzar- alcancé a leer en sus labios.
Me puse muy nervioso, era mi oportunidad de vencerlo después de haber perdido en nuestros últimos 2 enfrentamientos. Por un momento me flaquearon las piernas como queriéndome dar por vencido, pero luego, se me ocurrió una idea. Tomé mi iPhone y cambié de playlist, una que me motivará durante los últimos 3 kilómetros. Y así, con la música que me explotaba en los oídos a todo volumen, aumenté el ritmo.
Ahora faltaban dos kilómetros, y yo esquivaba corredores por Chapultepec que ya empezaban a demostrar el cansancio “semi-maratoniano”. Ya en reforma vi el cartel de 1 kilómetro, y eso implicaba una cosa, poner la canción de Monalisa Over-Drive de la película Matrix Reloaded y aumentar aún más la velocidad para el cierre. Así lo había practicado durante la última semana.
Pasé la Diana como ráfaga, y me dirigí hacia la meta a un costado del Monumento a la Independencia. Vi el arco triunfal a lo lejos. El último sprint.
Lo di todo. Con un miedo latente de ver a Omar pasarme en cualquier instante al constado para vencerme en el último segundo, con la punta de su nariz de arquitecto.
Cerré los ojos, levanté los brazos y despedacé la meta. Como es costumbre de las últimas carreras, unas lágrimas se desprendieron y caminé lentamente hacia el espacio de recuperación. Un minuto después llegó Omar, nos abrazamos, fue inevitable -fue hermoso jajaja- Nos habíamos forzado a tope, en un duelo inolvidable.
Mi mejor tiempo en la Ciudad de México: 1:41.
Esta vez me tocó ganar mí, pero nada está definido. Ahora hay una brecha muy corta entre él y yo, estamos en el mimo nivel. Se nos vienen el split de 30k y después el Maratón de la Ciudad de México.
Caminamos de regreso hacia su auto y nos despedimos.
Yo me regresé un kilómetro y medio para esperar a mi mamá y correr con ella el último tramo. Cuando la vi, sentí un golpe contundente de orgullo en el pecho. La vi algo cansada, pero en buena forma, y la fui empujando con aplausos y gritos de apoyo. Faltaban solo 100 metros
– Si todavía te queda algo, métele y rebasa a todos los que puedas. Le dije.
Alcanzó a rebasar a unos 10 corredores, que ya eran caminadores, y cruzó la meta con los puños cerrados. La abracé (fue el día de los abrazos al parecer). Fue su primer medio maratón en la Ciudad de México, y el tercero del año.
– Muy bien Patricia. Ya vámonos a desayunar.
La medalla está increíble, y es parte de la colección 2013-2018. Además, este metal me recordará siempre que para mejorar y obtener mejores resultados, hay que entrenar.